miércoles, 2 de julio de 2014

Día del Maestro




Día del Maestro

Miguel Ángel Dávila

La actividad docente es vista por todos (incluidos los propios profesores) con ojos enceguecidos. Se le adorna con un halo de nobleza, y se cierne en torno de ella una serie de mitos, creencias e idealizaciones que la hacen parecer inocente, desinteresada y hasta altruista. Lo peor de las consecuencias de todo ello es que se cree que debido a su nobleza, la actividad docente en sí misma es neutral desde el punto de vista político. ¡Grave error! Ya que profesar discursos que se asumen como verdaderos sin acompañarlos de la prudente sospecha relativa a tal estatuto, así como ejercer cotidianamente un poder que responde al encauzamiento de las conductas dentro de lo aceptado como normal sin el mínimo atisbo de reflexión sobre la construcción histórica de dicha normalidad, son actos que al ser llevados a cabo por el docente de manera inercial y acrítica le impiden reconocer que su único producto, lejos de ser la deseada formación académica de sus alumnos, resulta ser la perpetuación del orden político vigente, por la razón de imposibilitar la experimentación con nuevas formas de pensar y de ser. La docencia, como toda actividad humana dentro de la cultura es esencialmente política, pero los efectos de su incidencia no suceden por omisión, sino por inconciencia.
         Siempre nos ha parecido aterrador escuchar a los docentes que afirman estar absolutamente convencidos de las “bondades” de su labor, y jactarse de lo puntuales que son para cumplirla, pues no hacen otra cosa que deambular alienados a causa de la asunción de un papel que no cuestionan y que les lleva al borde del fanatismo sin que lo noten, condenando por ello a su gremio y a la sociedad entera a la repetición incesante de prácticas y discursos que jamás allanarán el terreno para el ejercicio pleno de la libertad, y condenando asimismo a su sociedad a la profusión insensata y torpe de ideologías enajenantes, formas de pensar estandarizadas, “frases hechas”, puntos de vista maniqueos y simplificadores de la realidad, y prácticas políticas atrapadas dentro de un sometimiento autorregulado que, en conjunto, inhiben cualquier posibilidad de cambio en todo aquello que de una u otra manera padecemos.
         Dejar de ser docente de acuerdo al actual modelo hegemónico de docente es, en función de los mecanismos instaurados para la objetivación de los individuos, algo que reconocemos imposible. Por eso, la única aproximación hacia el encuentro con alternativas consiste en no ser, de manera acrítica, docente dentro del marco institucional en el que se ejercen las funciones del mismo. Esto quiere decir que resulta imperativo experimentar con prácticas que privilegien de manera constante el reconocimiento humilde de nuestra ignorancia junto con el difícil esfuerzo creativo de invención que es propio de la producción estética. Ello en el sentido de que, por elemental oposición dialéctica, la unicidad, singularidad y finitud propias de la obra de arte le distinguen de la masificación, alienación y deseo de trascendencia propias de la tendencia universalizadora de la objetivación de todo lo existente. En otras palabras, se trata de una invitación a la puesta en práctica de cierto juego estratégico y beligerante entre la voluntad libre del individuo y la institucionalidad disciplinaria —plagada esta última de menesterosas necesidades imaginarias— que todo lo convierte en “cosas”, a través del ejercicio de la soberanía.
         Al final de todo recuento, no hay otra soberanía que la dispuesta en las relaciones que un sujeto establece consigo mismo. Lo que debe traducirse no en una entrega del propio ser al solipsismo, sino en una renuncia cauta e inteligente a la heteronomía, una renuncia a la obediencia irreflexiva de las demandas que las instituciones exigen del docente y que crean expectativas ilusorias que sólo producen efectos al nivel de la enajenación del sujeto. Pero por supuesto no basta con tal renuncia; ser soberano implica el desarrollo de la capacidad de imponerse a sí mismo un modelo de pensamiento y de actuación que de manera correlativa dan lugar a la emergencia de un tipo de individuo capaz de figurar como ejemplo para todos aquellos ante quienes voluntaria y deliberadamente se expone. De tal manera, lo que los alumnos tendrán delante de sí será un individuo libre y soberano, un ideal para emular; no un docente. Ello daría ocasión, a guisa de apuesta, de que a través de semejante modelo pueda constatarse, por parte de quienes le rodean, la posibilidad efectiva de experimentar modos de ser alternativos al que nos ha sido impuesto. Y como podrá notarse, es esta una manera bastante plena de ser esencial, conciente y activamente político sin caer en la burda e igualmente enajenada perorata panfletaria. ¡Sapere aude!


Novena carta

[…]

Al joven amante de la verdad y de la belleza que me preguntara cómo satisfacer el noble impulso de su corazón, aun teniendo en contra todas las tendencias de su siglo, le contestaría: imprime al mundo en el que actúas la orientación hacia el bien, y ya se encargará el ritmo sereno del tiempo de completar ese proceso. Esa orientación se la das cuando, instruyéndole, elevas sus pensamientos hacia lo necesario y hacia lo eterno, cuando mediante tus hechos o tus creaciones, conviertes lo necesario y eterno en objeto de sus impulsos. Caerá el edificio de la locura y de la arbitrariedad, ha de caer, cae tan pronto como estés seguro de que se tambalea; pero ha de derrumbarse en el interior del hombre y no sólo en su exterior. Engendra la verdad victoriosa en el pudoroso silencio de tu alma, extráela de tu interior y ponla en la belleza, de manera que no sólo el pensamiento le rinda homenaje, sino que también los sentidos acojan amorosamente su aparición. Y para que la realidad no te imponga un modelo que tú has de darle, no te arriesgues entonces a aceptar su sospechosa compañía hasta no estar seguro de albergar en tu corazón un ideal que te sirva de escolta. Vive con tu siglo, pero no seas obra suya; da a tus coetáneos aquello que necesitan, pero no lo que aplauden. Sin haber compartido su culpa, comparte sus castigos con noble resignación, y sométete libremente al yugo del que tanto les cuesta prescindir, como soportar. Por el ánimo resuelto con el que desdeñas su dicha, les demostrarás que no te sometes por cobardía a sus sufrimientos. Piensa cómo deberían ser si tienes que influir en ellos, pero piensa cómo son si pretendes hacer algo por ellos. Busca su aplauso apelando a su dignidad, pero mide su felicidad por su insignificancia; en el primer caso, tu propia nobleza despertará la suya propia y, en el segundo, su indignidad no destruirá tu meta final. La seriedad de tus principios hará que te rehuyan, y sin embargo podrán soportarlos bajo la apariencia del juego; su gusto es más puro que su corazón, y es aquí donde has de atrapar al temeroso fugitivo. Asediarás en vano sus máximas morales, condenarás en vano sus hechos, pero puedes intentar influir en sus ocios. Si ahuyentas de sus diversiones la arbitrariedad, la frivolidad y la grosería, las desterrarás también, imperceptiblemente, de sus actos, y finalmente de su manera de ser y pensar. Allí donde las encuentres, rodéalas de formas nobles, grandes y plenas de sentido, circúndalas con símbolos de excelencia, hasta que la apariencia supere a la realidad, y el arte a la naturaleza.

Johann Christoph Friedrich von Schiller. Cartas cobre la educación estética del hombre.





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