jueves, 4 de julio de 2013

El arte de la observación


Actitud moderna en el arte de la observación

Miguel Dávila

En la presente oportunidad que se nos ofrece para compartir nuestras reflexiones deseamos ensayar algunas de las posibilidades de análisis a las que da ocasión la conjunción entre una serie de conceptos referidos a la caracterización de la subjetividad moderna y un texto de Bertolt Brecht en el que se sugiere la modificación de algunas perspectivas que no permiten distinguir con claridad el carácter “revolucionario” de la actividad artística.
     Sentimos, de inicio, la necesidad de justificar nuestro atrevimiento por articular, aparentemente de forma arbitraria, la propuesta brechtiana sobre la índole contestataria del arte al lado del grupo de conceptos conforme al cual hemos elegido contextualizar nuestro análisis. Dicho conjunto teórico define, según nuestro punto de vista y por las razones que más adelante haremos explícitas, las notas más representativas de la subjetividad moderna. Sin embargo dicha justificación sólo puede lograrse mediante el desarrollo del propio ensayo que a continuación desplegaremos, sobre todo porque nuestra principal hipótesis consiste en que son las mismas características de la subjetividad moderna las que dan ocasión de ser al arte como una actividad en la que confluyen bajo una modalidad alternativa el grueso de las relaciones que establece el sujeto. Dicha modalidad de relaciones del sujeto se diferencia de otras, a nuestro parecer, principalmente por el privilegio que el sujeto otorga a las relaciones que establece consigo mismo en función de la búsqueda de opciones para el ejercicio de la libertad sin perder de vista las relaciones que le vinculan con otros sujetos y con el marco normativo que se acepta colectivamente como regulador y depositario de lo verdadero.
     Los principales elementos que forman parte de nuestro marco conceptual para el análisis que haremos son las nociones de “experiencia”, “modernidad” y “subjetividad”, mismas que iremos especificando durante el desarrollo de dicho análisis. Por lo que toca al texto elegido, se trata del ensayo Observación del arte y el arte de la observación, del año 1939, pero que se publicara de manera póstuma hasta 1961.

Ya desde un comienzo, en la inicial frase del ensayo referido[1], Brecht se instala en un tono discursivo que anuncia el carácter crítico del texto cuando sostiene que la noción de obra de arte se halla inscrita de forma “elemental y sustancial” en el campo de la “opinión” y que la misma se refiere al mismo tiempo a lo que comúnmente se considera inherente a la “naturaleza humana”. Ambos señalamientos de nuestra parte nos permiten destacar de entrada un par de elementos a considerar: Por una parte dejar perfectamente claro que Brecht, con singular astucia, tiene presente que la tradición filosófica de Occidente distingue, desde Platón, entre “conocimiento” y “opinión” al nivel de una de las más importantes funciones del pensamiento. Y en esa misma tradición, debido a la orientación pragmática y utilitaria que ha adquirido el pensamiento, el privilegio del conocimiento por encima de la opinión sugiere que Brecht nos anticipa la fragilidad de una creencia relativa al papel que en la experiencia humana tienen el arte y sus productos. Por otra parte la mención de la generalización “todos los hombres” en la misma frase y junto a la advertencia de estar incluida dentro de una “opinión” es igualmente interpretable como un concepto problemático en la medida en que las relaciones existentes entre el arte y el “hombre” forman parte de una dinámica co-instituyente, más general, de elaboraciones teóricas y acciones prácticas que dan lugar a la aparición de formas específicas de técnicas, sujetos y objetos. Dinámica que se manifiesta bajo los mismos rasgos en los terrenos de la producción de bienes materiales, en la producción de sistemas significativos y en la producción de la organización social. Este orden correlativo entre la aparición de técnicas, subjetividades y objetos puede advertirse si observamos cómo las técnicas representan los instrumentos a través de los cuales se da la aparición de determinados tipos históricos de subjetividad y de los productos objetivos de tales subjetividades, pero también y de manera simultánea dicha correlatividad se evidencia si observamos que la modalidad de las técnicas depende del tipo de subjetividad y de las formas que ésta adopta para relacionarse con los objetos. Por lo que al aparecer la noción de “hombre” en el marco de una “opinión” relativa a un vínculo “necesario” del primero con el arte (uno de sus productos-técnicas objetivos), anticipa por parte de Brecht la arbitrariedad y falsedad de tal opinión.
     Además, otro elemento de igual importancia que aparece en la mencionada frase inaugural es la distinción entre individuos “educados” o formados e individuos no educados. Elemento este último que le permite continuar sus reflexiones en torno a las diferentes formas de relación posible entre el hombre y el arte. La importancia de este señalamiento por parte de Brecht estriba en que alude nuevamente al valor que tiene el conocimiento en el marco de la constitución del sujeto moderno. Sobre todo porque la técnica implica la conjunción de conocimientos y de prácticas en una dinámica de síntesis entre las reflexiones sobre productos terminados y la eficiencia sobre los procesos de producción. Y al tratarse en este caso de la obra de arte como producto, el conocimiento sobre las técnicas con que se produce el arte permiten al sujeto una relación más afortunada con la misma que aquella que ignora dichas técnicas.
     Ahora bien, si el conocimiento de las técnicas de producción artística es un elemento privilegiado para el goce estético y preferible que la ignorancia de las mismas según Brecht, no lo es en términos de una educación exclusivamente teórica, sino que se trata, para el caso concreto de lo artístico, de un entrenamiento integral tanto a nivel de lo inteligible como al nivel de lo sensible. Y es esta característica distintiva de la experiencia estética lo que permite que nos detengamos un momento a analizar el sentido moderno que ha adquirido la propia noción de experiencia. Ya que no deja de llamar nuestra atención el hecho de que sea la modernidad, en el sentido más general de este término, el momento histórico en el que el esfuerzo por una síntesis entre lo racional y lo empírico ha dado lugar a una forma de subjetividad que se caracteriza por una separación tajante en lo que a la experiencia se refiere. Es decir, que los intentos por conseguir la unidad de la experiencia del sujeto solamente han logrado obtenerla a través del recurso al idealismo o a través del recurso de la dialéctica, principalmente, aunque en ambos casos no deja de manifestarse una separación que se concreta en tres ámbitos bien identificables: La experiencia de lo cognoscible, la experiencia comunicable (de índole ético-política), y la experiencia del sí mismo.
     La asociación existente entre la modernidad y los productos teóricos y materiales que resultaron del fenómeno cultural denominado Ilustración europea es, pese a los riesgos de simplificaciones excesivas, un hecho poco discutible. Bajo esta convención queremos sugerir que por lo menos dos características que adoptó el pensamiento ilustrado a finales del siglo XVIII han adquirido una notable importancia para la constitución de la subjetividad moderna. Estas características son la crítica y la perspectiva de la historia a partir del diagnóstico de la actualidad. Ambas características se deben al perfil sistemático y riguroso del pensamiento de Kant. Las formas en que estos rasgos de la subjetividad moderna han llegado hasta nuestros días han contenido a lo largo de dos siglos diversos principios de orden ontológico, desde el idealismo alemán hasta las actuales corrientes de pensamiento filosófico. El desplazamiento principal ha sido un paulatino abandono del trascendentalismo. No obstante, dichas características de la subjetividad moderna (crítica y reflexión histórico-filosófica sobre el presente) poseen una vigencia constatable a través de lo que puede considerarse una actitud[2] de modernidad.
     Sin embargo, lo que queremos destacar del pensamiento kantiano como inherente a esta actitud moderna es un elemento más que se incorpora de manera indisoluble a la crítica, incluso no trascendental, que es la separación de la experiencia en tres ámbitos. De acuerdo con Kant los intereses de las facultades del espíritu se despliegan en aquello que puede ser conocido, en lo que se puede tener universalmente como un deber y en lo que es lícito esperar que suceda. Además es necesario recordar que el mismo Kant afirma que toda experiencia requiere indispensablemente de una intuición sensible y de una representación universal bajo la forma de concepto para que dicha experiencia sea posible. Consiguientemente, en toda situación en la que la ausencia de una intuición sensible lleva a la razón a exceder el límite de una experiencia se requiere de la prueba crítica de la trascendentalidad para considerar a esa experiencia como posible. Y es precisamente esa condición de “posibilidad” lo que solicita la presencia de la temporalidad, en el sistema kantiano, para que la unidad última de la experiencia llegue a darse. De ahí el papel fundamental de una concepción de la historia como una continuidad de experiencias particulares y escindidas orientadas por un fin providencial común.
     Pese a la relativa lejanía y a las diversas posturas que se han posicionado a favor o en contra del pensamiento kantiano lo que aquí queremos destacar es que el mismo ha heredado a la actitud de modernidad esas dos características de crítica y perspectiva histórica del presente que lejos de haber desaparecido en la actualidad han llegado a adoptar en ocasiones formas radicales. Y sostenemos que lo dicho sobre tal actitud es bien identificable en la propia manera en que Brecht aborda este análisis relativo al papel que juega el arte en la constitución de la subjetividad; ya que asume una postura crítica ante aquello que señala como “opinión” errónea y apuesta a una modificación en el orden de su actualidad con la expectativa de cambios sustanciales de tipo social e histórico.
     Es necesario insistir sin embargo, antes de abandonar nuestras referencias al pensamiento kantiano, tanto en la importancia de la educación como en la recuperación de lo sensible dentro del contexto de nuestro análisis sobre este artículo de Brecht. Las razones son, por un lado que otra de las constantes que se heredan de la Ilustración es la alta estima que adquiere la condición de “educado” para alcanzar el máximo de beneficios dentro de un mundo ilustrado. Por otro lado, Brecht nos hace voltear hacia el lugar donde se había relegado a la sensibilidad para rescatarla bajo una propuesta alternativa de entrenamiento.
     Deseando evitar demasiada redundancia sólo diremos que la importancia que tiene la educación en la conformación de la subjetividad moderna desde el punto de vista del papel que juega en las definiciones de la actitud crítico-historicista es por supuesto la de su función mediadora entre la ignorancia y el conocimiento. Y si recordamos que el conocimiento es condición de autonomía, ejercicio de libertad y progreso de acuerdo con Kant, también debemos recordar que el conocimiento se integra al juego correlativo de constitución de técnicas, sujetos y objetos, que ya hemos explicado. Luego, la conclusión sobre el papel que la educación tiene en la constitución de nuestra subjetividad, a razón de la evidente invención de sus propias técnicas e institucionalidad, es fácilmente deducible.
     Respecto a la sensibilidad creemos importante recordar que la vertiente crítica de Kant comienza con una analítica de las condiciones de su posibilidad y termina, ya con el anuncio de un sistema, con la demostración trascendental de una estética. Aunque debemos insistir en no perder de vista que en Kant se trata de una crítica trascendental; una crítica sustentada en la demostración de lo universal y necesario. Y tampoco debemos perder de vista que la consecuencia última de este trascendentalismo es la separación última y definitiva de dos ámbitos que reducen a la experiencia como algo “posible”. Tiempo y espacio son para Kant condiciones necesariamente subjetivas que hacen posible la unidad de la experiencia bajo un sistema de fines. Por lo tanto la experiencia no “es” en el instante sino sólo cuando hay una disposición interesada que satisfaga determinadas condiciones.
     Las consecuencias de la inserción de las dos características mencionadas en la constitución de nuestra subjetividad moderna se manifiestan de manera palpable en las formas en que nuestra experiencia se concibe y se vive. Y la separación de nuestros conocimientos en disciplinas que no consiguen traspasar de manera definitiva los límites que las separan, pese a los esfuerzos inútiles de lo multidisciplinario o lo interdisciplinario, podría ser tan sólo un ejemplo de esta separación.
     Finalmente, si nos permitimos adecuar mediante analogía los tres campos en que Kant divide la experiencia del sujeto (conocimiento, ética y estética) con las formas que han adoptado los mismos a partir del abandono del trascendentalismo; es decir, bajo una perspectiva de la historia más bien materialista y discontinua, tendríamos la clara visión de ubicarlos como ámbitos de relaciones concretas del sujeto. En cada caso serían los siguientes: Las relaciones concretas e históricas que el sujeto establece con la ciencia, las relaciones concretas e históricas que el sujeto establece con otros sujetos y las relaciones concretas e históricas que establece consigo mismo.
     Sin querer simplificar nuestra perspectiva en una interpretación corriente sobre la dialéctica entre lo estructural y lo superestructural, apelamos sin embargo al entendimiento que se tiene de tal correspondencia en lo que atañe a la constitución de ordenes sociales. Y si dichos órdenes dependen de las características que adopta, en función del modo de producción material, todo aquello que se inscribe en el terreno ideológico, incluyendo la ciencia, la política y la moral, resulta pues que las relaciones que el sujeto establece parecen escapar por mucho de un ejercicio de la libertad que no encuentre siempre condiciones limitantes… Con una excepción: El arte.
     La razón de que sea el arte el campo de experiencia donde los límites del ejercicio de la libertad son trastocables se debe principalmente a que hay en él formas de relación del sujeto consigo mismo que suponen soberanía. Y en la medida en que estas variantes de relaciones del sujeto consigo incluyen su propio cuerpo, un cuerpo que en otros terrenos de experiencia está sujeto a regímenes de cosificación, alienación y explotación, la experiencia estética es capaz de una recuperación de la sensibilidad bajo la forma de experimentación, más que de experiencia. Y es en ello en lo que creemos que estriba, básicamente, el carácter revolucionario de la actividad artística. En lo que es capaz de experimentar el sujeto en sí mismo.
     En el caso puntual de la propuesta de Brecht se trata de una experimentación respecto a las formas de observación. En este sentido es clave su afirmación “En la base del arte hay una capacidad de trabajo”[3]. Ya que luego de hacer una breve descripción de las formas que adopta la relación del sujeto con el trabajo alienado, sobre la base del condicionamiento del modo de observar tanto al trabajo como a sus productos bajo el imperio de los valores de cambio, Brecht nos propone algo así como un “giro copernicano” que consiste en una acción del sujeto sobre sí orientada a reacomodar el sentido del conocimiento teórico y sensible que al mismo tiempo reacomoda la modalidad de las relaciones del sujeto con los otros sujetos. Este reacomodo de relaciones debe entenderse como una transformación técnica. Una transformación que permite la aparición de formas de trabajo inéditas, que conlleva como consecuencia formas de organización social inéditas. La fuente, vale la pena insistir es el arte.
     Pero para entender el carácter integral de la propuesta de Brecht habrá que hacer una pertinente aclaración. El sujeto de la acción artística no es para él aquel que es considerado poseedor de “genio”, el comúnmente denominado “artista”; para Brecht el sujeto de la acción artística es todo sujeto, en tanto realiza siempre un trabajo. Bajo esta consigna todo trabajo realizado mediante el entrenamiento teórico y sensible de la observación, todo trabajo realizado con el arte de la observación, es un trabajo capaz de modificar las relaciones concretas del sujeto. Y en este sentido podemos atrevernos a afirmar que la unidad de la experiencia adquiere una nueva forma que recupera en el instante, mediante una acción del sujeto sobre sí, el resto del conjunto de las relaciones del sujeto; relegando así la consideración de pasados gloriosos o futuros prometedores.
     Finalmente, sostenemos que de acuerdo con Brecht la índole educativa del acto artístico tiene su núcleo en la manera en que el artista es capaz de enseñar a observar. Por lo tanto, si el artista no consigue escapar mediante el ejercicio de su libertad a las formas estructurales que determinan los modos de conocer en su época, no será capaz de ofrecer a los otros nuevas formas de observar la realidad, y consecuentemente de vivirla.
     Teniendo ahora en consideración el abanico en que se diversifican las relaciones del sujeto, la caracterización de la actitud de modernidad como disposición crítica y atenta a la actualidad en la historia, y la singularidad de la experiencia estética como terreno de experimentación del sujeto sobre sí, concluimos que la valoración general de la producción artística y de la obra de arte, como efectos concretos del saber-hacer moderno, lejos de tratarse del enjuiciamiento desinteresado de un gusto subjetivo es una valoración que incorpora elementos del campo del conocimiento y del campo de lo ético y cuyos efectos en la realidad concreta son un terreno políticamente muy oportuno para atreverse a experimentar distintos modos de subjetividad y de relaciones.


Bibliografía:

Brecht, Bertolt. “Observación del arte y arte de la observación”, en Sánchez Vázquez, Adolfo. Antología. Textos de estética y teoría del arte, México, UNAM, 1991 (c1972), pp. 110-114, (Lecturas Universitarias 14).



[1] “Es una opinión antigua y elemental que una obra de arte, en sustancia, deba actuar sobre todos los hombres, independientemente de su edad, educación y condición.” [Brecht, Bertolt. Observación del arte y arte de la observación, p. 110].
[2] En este sentido vale la pena mencionar que Bolívar Echeverría denomina ethos a cada una de las diferentes maneras de asumir una actitud moderna, en analogía con el significado ambiguo que dicho término posee desde la Antigüedad. “El término ethos tiene la ventaja de su ambigüedad o doble sentido; invita a combinar, en la significación básica de ‘morada o abrigo’, lo que en ella se refiere a ‘refugio’, a recurso defensivo o pasivo, con lo que en ella se refiere a ‘arma’, a recurso ofensivo o activo. Conjunta el concepto de ‘uso, costumbre o comportamiento automático’ con el concepto de ‘carácter, personalidad individual o modo de ser’.” [Echeverría, Bolívar. “El ethos barroco”, en Modernidad, mestizaje cultural ethos barroco, México, UNAM/El equilibrista, 1995, p. 18].
[3] Op. cit. p. 111.

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