El poder, según Foucault
Miguel Dávila
A Pacha
Para Foucault el poder no existe. El poder no es algo que alguien posee o detenta, no es nada sustantivo ni objetivo. Lo que en realidad existe son relaciones de poder. Por ello, desde el punto de vista de Foucault, un estudio de los efectos que en lo concreto tienen las prácticas orientadas bajo el esquema del “gobierno” (de otro o sobre otro) sólo resulta productivo si se hace sobre el análisis de las formas que adoptan las relaciones de los individuos en los diversos ámbitos en los que se diversifican sus experiencias.
Estos diversos ámbitos en los que se diversifican las relaciones de los individuos, por su parte, pueden concentrarse en tres grandes grupos de vínculos que denotan a su vez la tendencia generalizada hacia donde se agotan las experiencias e intereses de dichos individuos –lo que nos permite desde ahora anticipar la conclusión de que toda relación humana es relación de poder–; a saber:
a) El conjunto de relaciones que los individuos establecen con el discurso que se precia de verdadero.
b) El conjunto de relaciones que los individuos establecen con los otros individuos, y que tienen como referente de comportamiento los contenidos del discurso verdadero.
c) El conjunto de relaciones que el individuo establece consigo mismo, y que también está referido a las relaciones con los otros individuos y a las relaciones con el discurso verdadero.
Todas estas relaciones clasificadas en los tres grupos referidos se establecen siempre de manera simultánea y correlativa. Es decir, que hay una interdependencia que define la modalidad específica que adquieren estas relaciones en un lugar y en un momento histórico dados. Lo que significa que no existe universalidad respecto a las formas en que los individuos fundamentan y concretan las prácticas a través de las cuales se ejercen el sometimiento y la sumisión. Además, desde otra perspectiva dentro del propio análisis foucaultiano, la misma manera en que los individuos interactúan relacionándose con el discurso verdadero, con los otros y consigo mismos da lugar a la aparición de un tipo específico de sujeto. Sujeto que, del mismo modo que el eventual tipo de sus relaciones (y por ello mismo), es histórico. Teniendo el cuidado de entender por histórico que este tipo de sujeto es específico, contingente, irrepetible y dado dentro del marco de una temporalidad carente de necesidad y de finalidad. Dado en una temporalidad que no es lineal sino discontinua, que no es teleológica sino azarosa.
La importancia del señalamiento sobre la emergencia de un cierto tipo específico de sujeto histórico a través de la forma que adquiere la combinación contingente de relaciones en tres ámbitos de experiencia radica en que desde hace unos siglos hasta nuestros días la figura del sujeto es el punto de confluencia a partir del cual se pretende dotar de sentido, verdad, unidad y validez a toda experiencia humana. Así por ejemplo, en el ámbito del saber, las diversas relaciones que pueden darse entre un sujeto y un objeto definen el carácter de verdad o falsedad de dicho saber. Y más importante aún es el reconocimiento de que un cierto tipo de saber considerado como verdadero determina en forma directa conductas y comportamientos de un cierto tipo de sujetos. Esto último nos permite comprender de manera consecuente el indiscutible carácter político que poseen de fondo todas las relaciones dadas entre los sujetos. Por esta misma razón es para Foucault de un alto interés indagar el desarrollo histórico (genealógico) de la formación de discursos susceptibles de ser considerados como verdaderos junto a las prácticas coercitivas y normativas que acompañan a dichos discursos cuando ambos (discursos verdaderos y prácticas coercitivas) tienen como objeto de su saber y de su control al sujeto mismo. En otras palabras, resulta central para Foucault la investigación de los procedimientos a través de los cuales se hace del sujeto un objeto de saber; es decir, cuando se procede a la objetivación del sujeto.
Son pues los procesos de objetivación del sujeto el campo donde las investigaciones de Foucault encuentran lugar para el despliegue de sus estudios sobre el poder. Un poder –relaciones de poder– que siempre aparece ligado a un determinado tipo de saber.
A estos conjuntos de desarrollos de un saber verdadero ligado a prácticas de sujeción a dicho discurso los llama Foucault, en un momento específico de sus investigaciones, dispositivos. Un dispositivo obedece a cierto tipo de reglas de formación tanto al nivel teórico como al nivel de acciones sobre los sujetos. Piénsese por ejemplo cómo la acumulación de datos derivados de la vigilancia, el castigo y el examen de algún grupo de individuos señalados como “diferentes” respecto a una norma provee de suficiente información para sistematizar un discurso que regulado bajo principios de racionalidad puede aspirar a convertirse en un discurso “verdadero”, “científicamente verdadero”; lo que otorga a dicho discurso la potestad de figurar como referente para someter al individuo “diferente” a un mecanismo de “normalización” sustentado de manera preponderante por prácticas disciplinarias que incluyen el control sobre la materialidad de su cuerpo, sobre sus fuerzas, energías y pensamiento. Y de manera reproductiva, estas mismas prácticas de sometimiento y control sobre los cuerpos vuelven a proveer de datos e información al discurso científico que les respalda para consolidar su propio estatuto científico.
Es en este sentido que los mecanismos disciplinarios de normalización actúan, en nuestra actualidad, para definir el carácter singular que posee el tipo de sujetos que somos ahora, dispuestos dentro de marco estructural capitalista y bajo la égida de los desarrollos del pensamiento occidental recientemente heredados de la Ilustración.
Esto mismo nos permite comprender cómo es que las ciencias sociales (ciencias humanas) –todas de una aparición relativamente reciente (pedagogía, sociología, psicología, etcétera)– se abrogan el privilegio de definir quién es un sujeto normal y quién uno anormal, justificando con ello el encierro, el castigo, la exclusión y en general el ejercicio coercitivo en toda su variada gama de manifestaciones sobre el excluido. Asimismo, bajo esta tendencia crítica, habrá que destacar otro elemento que resulta objeto de una acerba sanción por parte de Foucault: se trata del sujeto que conoce, de aquel que posee, construye y domina el discurso verdadero, y que consecuentemente ejerce por ello un determinado tipo de sometimiento sobre el que “no sabe” o sobre aquel del cual sabe. La figura del sujeto de conocimiento, por todo lo previamente dicho, es una figura históricamente constituida, por lo que se sobreentiende la total arbitrariedad de su ejercicio tanto al nivel de lo teórico como al nivel de sus recursos coercitivos. No hay pues en ningún sujeto, ni sometido ni dominante, nada trascendental.
Véase pues cómo la afirmación sobre la inexistencia de una sustancialidad u objetividad del poder deriva, desde el marco de las investigaciones de Foucault, en un giro de perspectiva que hace visible la retícula que teje el complejo de relaciones que los sujetos establecemos en nuestra experiencia concreta.
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