viernes, 26 de junio de 2015

Apología del silencio


Hay los ruidos. Pero hay algo aún más terrible: el silencio. Creo que en los grandes incendios sobreviene a veces un momento de máxima tensión: los chorros de agua declinan; los bomberos no trepan ya; nadie se mueve. Silenciosamente, una negra cornisa se desprende desde arriba, y un alto muro, tras del que salen las llamas, se inclina sin ruido hacia delante. Todo está inmóvil y espera, encogidos los hombros y juntas las cejas, el tremendo desplome. Así es aquí el silencio.

Rainer Maria Rilke, Los apuntes de Malte Laurids Brigge.


Y helos allí, urgidos de ruido. El silencio, como la libertad, los angustia. Mucho parece indicar que la poca resistencia al silencio revela cierto rasgo del carácter de los sin carácter. De aquellos para quienes resulta signo de desamparo la falta de un amo, la falta de «algo» a qué entregarse enajenados, la falta de valores, la falta de sentido. En su afán de ver aparecer «cosas», hacen de sus semejantes «cosa», y se hacen «cosa» ellos mismos.
        Sólo aquellos capaces de resistir el nulo proferir de un mutismo intencionado, comprenden el vano esfuerzo por hacer de todo algo objetivable: visible, comprensible, tangible y ruidoso. Esos potenciales misántropos son los únicos que, para el bien de todos, no esperan nada.



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